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Balcanes Literatura, Español

Izet Sarajlic: Poeta de los Balcanes

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“Del lunes se debe hablar el lunes”

Izet Sarajlic es uno de los poetas líricos más importantes de Europa. En los años 50, el autor bosnio rompió los moldes del realismo y produjo una fecunda simbiosis de modernismo, neoexpresionismo y surrealismo. Sus obras registran de modo admirable la confluencia de las experiencias individual e histórica

Izet Sarajlic recreó con un humor acre la vida cotidiana.

Foto: Gentileza Editorial

En estos días, la ciudad de Sarajevo es escenario de un más que merecido homenaje europeo a la figura y la obra del gran poeta Izet Sarajlic. El influyente autor de Fin de semana gris y tantos otros espléndidos poemarios nació en 1930 en Deboj, Bosnia-Herzegovina -hasta los años 90, una república de la antigua Yugoslavia-, y falleció el mes de mayo 2002 en Sarajevo, capital de aquella Bosnia que pasó luego a ser un país independiente en medio de una dramática convulsión bélica y social.

Sarajlic es unánimemente reconocido como uno de los más influyentes líricos de Europa, y en especial de los Balcanes. Sus años de infancia, así como los de la Segunda Guerra, transcurrieron en Trebinja y Dubrovnik, pero en 1945 se trasladó a Sarajevo: nada ni nadie conseguiría moverlo ya de allí. En esa ciudad, a la que le rindió siempre un apasionado culto, se doctoró en Filosofía. Además trabajó allí como periodista y editor en la célebre casa editorial Veselin Maslesa. A partir de los años 50, junto con el macedonio Mateja Matevski, el serbio Vasko Popa, el croata Milivoj Slavicek, el esloveno Ciril Zlobec y algunos otros poetas yugoslavos tan lúcidos como inspirados, integró un núcleo que rompió con los fósiles moldes del realismo dogmático entonces imperante para dar paso a una fecunda simbiosis entre modernismo, neoexpresionismo y un surrealismo renovado por la frescura del habla popular. Todos ellos (más, por supuesto, otras voces líricas de relieve, entre las que deben contarse las de los también bosnios Miljenko Jergovic y Goran Simic) emprendieron de modo paralelo su renovadora labor, más allá de adhesiones ideológicas u opciones estéticas personales.

La obra de Sarajlic, ampliamente premiada y traducida, aportó en efecto un lenguaje directo y sutil a la vez, incorporando un humor entre acre y tierno y enraizado en las experiencias cotidianas ; en sus poemas, fuertes ingredientes folclóricos se conjugan con el amor a un mundo natural ricamente subjetivizado y con la devoción a una armonía verbal muy emblemática de aquellas regiones. En este poeta, ni falta hace aclararlo, pensamiento y sentimiento son por completo inseparables.

Sus libros dan cuenta, en no menor medida, del sello candente impuesto por las sucesivas experiencias bélicas, los amores y odios colectivos desatados en feroz espiral. El primer poemario,Reunión , vio la luz en 1949. Su colección siguiente, Fin de semana gris , apareció en Sarajevo en 1955 y marcó un hito en la poesía yugoslava de posguerra. Algunos de los títulos que les siguieron entre 1960 y 1982: Un momento de silencio , Dedicación , Tránsito , Intermezzo , Aquellos años, estos años , Aún una elegía , Versos para las buenas noches , Cartas , Conversación retomada yAlguien llamó .

“¿Qué nos sucedió, mis amigos, que duró tan sólo la fugacidad de una noche?”, pregunta Sarajlic, tan dolido como azorado, en uno de sus poemas. Es que fue uno de los lúcidos poetas de la conciencia individual-colectiva. La nostalgia, los grandes interrogantes sobre la condición humana -y su atroz capacidad de degradación pero, junto a ella, la nunca desdeñada esperanza-, la desolación y el instinto de supervivencia de una comunidad crecida y aniquilada entre montañas tapizadas de flores blancas, dan a su poesía una fuerza capaz de trasponer culturas y fronteras.

Aparte de su propia tarea como traductor y de sus numerosas antologías personales, algunas editadas en lugares tan diferentes como Moscú, Mineápolis, Vilna y Estambul, los poemas de Sarajlic fueron vertidos a múltiples lenguas por autores prestigiosos, entre ellos Margarita Aliger, Hans Magnus Enzesberger, Paul Wiens, Marin Sorescu, Jean-Louis Depierrez y Juan Octavio Prenz.

En la durísima década de los años 90, herido -cuando un mortero se estrelló contra su vivienda-, aislado y casi sin agua ni alimentos, Sarajlic nunca permitió que los bombardeos lo alejaran de Sarajevo, objeto de su culto apasionado. Poetas e intelectuales de todo el mundo, la Cruz Roja Internacional y hasta las Naciones Unidas intentaron en vano arrancar al poeta de la azotada capital bosnia para ponerlo a salvo durante la guerra civil que en ese período asoló al que era todavía un país. Es decir: a lo que era aún Yugoslavia, inédito puzzle geográfico-político donde por décadas habían convivido en paz más de una quincena de etnias, incluyendo la musulmana y la cristiana, así como tres lenguas eslavas principales -serbio-croata, macedonia y eslovena- y dos alfabetos que compitieron históricamente por dominar los sistemas de escritura: el latino y el cirílico.

Aquella había sido una convivencia fructífera tanto en lo cultural como en todas las ramas de la vida comunitaria. Hasta que el huracán de las guerras intestinas provocó, apenas despuntado el último tramo del siglo XX, el resquebrajamiento del mapa nacional yugoslavo y el surgimiento de otro muy diverso: el nombre de Yugoslavia quedó reservado tan sólo para Serbia y Montenegro. Bosnia, Croacia, Macedonia y Eslovenia pasaron a convertirse en naciones más o menos aisladas y rivales unas de otras, aunque bajo la mayor o menor tutela armada de esa misma comunidad internacional que se desinteresó de su suerte en los feroces “años de plomo”.

Cuando la editorial LAR, piloteada por el poeta chileno Omar Lara, publicó en 1994 los primeros textos del gran autor bosnio vertidos al español por el mismo traductor de los que aquí se reproducen, Sarajlic pudo -en aquellos instantes trágicos- bromear en una misiva al poeta-editor de Chile: “Está bien que estos versos no hayan aparecido en España. De este modo me podrá leer también algún lector de Pablo Neruda. Seguramente Pablo no se pondrá celoso si alguna chilena, en lugar de adormecerse con sus poesías, se adormece con las mías. No debería. El escribía mejor que yo, pero yo he sufrido más. “¡A mí, el amor de esta chilena me es mucho más necesario que a él!”

Quien escribe estas líneas pudo conocer a Sarajlic en 1989, en el Encuentro Poético de Struga, Macedonia. Vale reiterar: Yugoslavia era, todavía, un país. Y era conmovedora la calidez del poeta: la sonrisa, atravesada por un dolor inmensurable, de quien fue pionero de la moderna poesía yugoslava a partir del Grupo “Poetry 54” y alma mater, entre 1962-72, del Festival “Días de Poesía en Sarajevo”. La mágica ciudad protagonista desde entonces de tantos poemas, novelas y filmes crudamente dramáticos, y acerca de la cual él escribió: “Pues ésta es la ciudad/ en la que quizás no haya sido el más feliz,/ pero donde la lluvia/ cuando cae/ no es simplemente lluvia”. Lo dijo alguien que no era, tampoco, simplemente un poeta. Era, y es, un hombre-poeta capaz de exclamar: “Estoy solo hasta la desesperanza, mas/ no estoy solo mientras/ alguien haya a quien decirle que estoy solo…”

Seguidamente se reproduce un poema de Izet Sarajlic en su traducción original al castellano por la especialista Ana Cecilia Prenz y el poeta y narrador argentino Juan Octavio Prenz, vasto conocedor y traductor de autores que han escrito en las diferentes lenguas de la ex Yugoslavia, radicado desde hace muchos años en Trieste, Italia, y profesor en su Universidad, y del que se transcribe en esta edición un diálogo con el escritor italiano Claudio Magris. .

Por Jorge Ariel Madrazo
Para LA NACION – Buenos Aires, 2002

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